Todo comienza cuando menos pensabas que iba a pasar. Tal vez
lo esperabas pero no en ese lugar, en ese momento, en esa mirada. Y te
desconcertas. Te desconcertas porque todavía creías lento al tiempo para poder
frenarse en aquel instante. En ese infinito instante. Porque sabes que
imaginarlo fue maravilloso, pero sentirlo es aun mejor. Porque no hay nada más
placentero que dos cuerpos encontrándose con sus calores bañados de alegría y
ganas de sentir. Entonces te dejas llevar. Una mirada cálida, directa a los
ojos. Un abrazo infinito. Una caricia en la espalda. En el pelo. Un beso. Una
mirada, aún más confortable que la anterior. Y el silencio. Pero no es
incómodo. Es de aquellos que alivian. De aquellos que te hacen sentir música
brotando de tu cuerpo aunque en realidad no se escuche nada. Sentís los compases. Tus dedos se mueven a la son de ellos. Cerras los ojos.
Ya no hay nada que pueda hacerte mal. La inseguridad se aleja de vos. Se
derrumban tus paredes de la negación. Y solo te limitas a sentir aquella música
que desprendía de vos. A descifrar que dice. Otra caricia. Tu mundo comienza a
cambiar. Un beso. Se pone del revés. Sus almas se abrazan cada vez más fuerte.
Se conectan. Y caen en dónde todas las almas cayeron alguna vez. En aquel pozo
del que no muchas salen sin heridas. Pero no pueden detenerse. Ya no tienen
control de ellas. Caen cada vez más rápido. Otra caricia. Tu mente se vacía.
Solo se duerme, y se limita a sentir. A sentirse infinita.
domingo, 25 de octubre de 2015
martes, 20 de octubre de 2015
martes, 13 de octubre de 2015
Pasado
Lo veo entrar. No toca la puerta, pasa directamente. Me
mira. Lo miro. Nos quedamos en silencio. Apoya su mano sobre mi hombro. Me
susurra. Pero ya no tengo nada que decirle. Mis palabras se fueron con las
lágrimas. Ya no están. Desaparecieron hace tiempo. O tal vez no. Tal vez sigan
escondidas. Guardadas en aquel laberinto del que me es tan difícil salir. O tal
vez las escondió él. Pienso. Y vuelvo a mirarlo. No lo veo claramente. Esta
borroso. Arruinado. Olvidado. Cierro los ojos. Los abro. Lo repito varias
veces. Nada cambia. Se aparta de mí. Cada vez se aleja más. Me paro. Lo persigo. Quiero intentar
arreglarlo. Cambiarlo. No puedo alcanzarlo. Es inútil. Mis piernas se cansan.
Mi corazón, también. Me detengo. Ya no lo veo. Se ha ido. Por fin, se fue.
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