Lo veo entrar. No toca la puerta, pasa directamente. Me
mira. Lo miro. Nos quedamos en silencio. Apoya su mano sobre mi hombro. Me
susurra. Pero ya no tengo nada que decirle. Mis palabras se fueron con las
lágrimas. Ya no están. Desaparecieron hace tiempo. O tal vez no. Tal vez sigan
escondidas. Guardadas en aquel laberinto del que me es tan difícil salir. O tal
vez las escondió él. Pienso. Y vuelvo a mirarlo. No lo veo claramente. Esta
borroso. Arruinado. Olvidado. Cierro los ojos. Los abro. Lo repito varias
veces. Nada cambia. Se aparta de mí. Cada vez se aleja más. Me paro. Lo persigo. Quiero intentar
arreglarlo. Cambiarlo. No puedo alcanzarlo. Es inútil. Mis piernas se cansan.
Mi corazón, también. Me detengo. Ya no lo veo. Se ha ido. Por fin, se fue.
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